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La delgada línea entre la legalidad y la ilegalidad del Cannabis es la incertidumbre que hoy despierta en muchos países del mundo. Desde 1961, cuando se firmó la Convención Única sobre Estupefacientes se ratificaron a nivel internacional las restricciones de esta sustancia que además fue calificada como una droga con propiedades particularmente peligrosas y con un valor terapéutico casi nulo. Sin embargo, la discusión está latente y hoy son 10 países los que han legalizado el consumo de la planta y varios otros ya están en proceso.

 

En Colombia el debate no es distinto. “En muchos aspectos fumar marihuana es más seguro que consumir alcohol”, dijo hace menos de un mes el Ministro de Salud Alejandro Gaviria; con lo que respaldó abiertamente el uso medicinal de la planta respaldándose en las evidencias científicas.  Pero como en algunos otros países del mundo, la legislación sobre los usos de la planta en Colombia no es clara, tiene vacios y su aplicación es incierta.

 

‘La puerta de atrás’ (como se reconoce el dilema) de los Coffe shops, es uno de los ejemplos más representativos. En los Países Bajos el consumo está legalizado, y ello avala la existencia de locales que venden el cannabis y productos que lo contienen. Sin embargo, el cultivo y la distribución de la marihuana que allí se comercializa es ilegal.

 

Algo similar sucede en Colombia. Aunque aquí el consumo no es legal, la Ley 30 de 1986, que regula el uso del cannabis en el país, tiene excepciones para los usos médicos y científicos. El problema es que al igual que como sucede con los Coffe shops, la obtención de la Marihuana con dichos fines, sin opción alguna, rompe con los parámetros de legalidad establecidos.

 

Camilo Borrero fue por 14 años adicto al consumo de drogas. Su mayor vicio fue el bazuco y recorrió veinte internados para su rehabilitación, pero ninguno le dio resultado. Por interés propio se dedicó a investigar y encontró en el cannabis, una fórmula para ayudar a reducir el síndrome de abstinencia.

 

Las investigaciones científicas de los españoles Manuel Guzmán y Cristina Sánchez, y del estadounidense David Suzuky, incentivaron a Borrero experimentar para su rehabilitación el tratamiento del cannabis. De paso, le permitió ayudar a muchos otros que estaban en su misma situación.

 

Así surgió Cannamedic, una empresa que tiene como principal objetivo la investigación y fabricación de productos a base de marihuana, para combatir problemas de adicción. Pero de allí también surgió la producción de pomadas, gotas y tratamientos para ayudar a prevenir y a curar enfermedades como la artritis, fibromialgia, insomnio, diabetes, estrés, ansiedad e incluso varios tipos de cáncer.

 

La empresa está registrada ante la Cámara de Comercio; hace un año comenzó a trabajar con la Secretaría Distrital y la Alcaldía de Bogotá en programas para el tratamiento de consumidores problemáticos de bazuco en el Bronx, pero aún no puede actuar 100% de acuerdo con la ley.

 

“Tengo sólo 20 plantas, que es lo máximo que permite el artículo quinto de la Ley 30, para no ser penalizado”, asegura Borrero. De ellas extrae lo necesario para producir las 100 pomadas, los dos tratamientos para el cáncer y los 20 frascos de gotas para el estrés y  la ansiedad  que vende en dos meses; además de los experimentos que realiza constantemente. Sin embargo, el laboratorio desde el cual trabaja es, en palabras de él,  “clandestino” aunque muchos saben de su existencia.

 

Los productos y tratamientos que allí desarrolla los venden a personas naturales que se han cautivado con el producto. Algunos se han interesado en comercializarlo en pequeñas cantidades por su cuenta, pero está claro que no puede tener un local en el que distribuyan sus insumos abiertamente. “Lo vendemos como un producto nativo y ello impide que nos puedan judicializar. A pesar de que hay tiendas naturistas en donde se venden algunos de nuestros productos, allí no pueden ser exhibidos pues no está permitido y ello ocasionaría el decomiso de la mercancía”, asegura.

 

Hoy hay alrededor de 50 organizaciones en el país que trabajan por “liberar la planta”. La mayoría son grupos activistas y unas cuantas se dedican a promoverla a nivel terapéutico y medicinal. El debate crece y la ciencia es contundente al reconocer los beneficios de la planta y como recalca Borrero, ya son muchos, incluyendo las universidades, los que están a la espera de una modificación en la ley para poder investigar y experimentar con esta planta, de manera legal y abierta a la medicina.

 

Pero para lograrlo está claro que las medidas educativas y preventivas son más que necesarias. La marihuana ha sido históricamente utilizada de forma medicinal y recreativa; ninguna de las dos debe hacerse de manera desmedida. A pesar de que está comprobado que no es mucho menos nociva que otras sustancias. “Hay más de 3000 genéticas de marihuana y sólo 100 de ellas están avaladas con fines medicinales. Lamentablemente, lo que el común de la gente consume con fines recreativos, no tiene las propiedades y bondades de la planta; pues generalmente ha sido cultivada con químicos y en el proceso entra en contacto con otras sustancias que la contaminan. Los consumidores deberían saberlo”, sostiene.

 

Las bondades de la planta comprobadas de manera científica, han puesto en entre dicho los tratados y regulaciones internacionales que la restringen y descalifican. Tal vez no se trate de volver a recorrer el camino hacia un modelo único, una política global a la que se deban ajustar todos los países, como sucedió con la Convención Única del 61, sino flexibilizar la aplicación de los tratados y abrir campo para que cada Estado busque alternativas según sus particularidades.

 

Aún cuando los llamados 'guardianes' del sistema internacional de fiscalización de estupefacientes no hayan flexibilizado el enfoque prohibicionista global, la fragmentación ya se está dando y muchos estados avanzan en la aplicación de leyes que desafían la legalidad internacional. Las iniciativas son individuales y, como en el más reciente caso, el de Uruguay, no tienen por qué servir como modelo a otros. En vez de buscar un traje único para el cannabis, la solución puede estar en abrir una política más pluralista y tolerante. El mayor consenso que se puede esperar en las instancias políticas internacionales es que los estados se pongan de acuerdo en algo que es evidente: no hay consenso en la ley del cannabis, sólo caminos por explorar. 

 

 

La letra muerta del cannabis

Estefanía Avella

Aunque muchos países han despenalizado el uso medicinal y recreativo, dejan abierta una puerta a la ilegalidad vinculada a la producción y comercialización de la planta. Es la contradicción entre iniciativas individuales y el sometimiento a la vieja política internacional de drogas. 

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