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El ambiente es una mezcla de excremento, concentrado para perro, tierra y ladridos.  Estoy en el “palacio”, un potrero ubicado en el barrio Egipto de Bogotá. Llevo alrededor de tres horas hablando con Gustavo sobre las dificultades que afronta la ciudad. Él es un habitante de la calle, un hombre anciano con su gorro sucio y de color gris que recorre la ciudad en compañía de sus once perros, pasando por todo tipo de adversidades para poder sobrevivir. Bogotá es una ciudad que “está llena de brutos, personas inconscientes que no quieren la ciudad, no la respetan y  la maltratan con cada una de sus acciones”, según Gustavo. Mientras me habla, como si con sus palabras fuera a cambiar la ciudad, Gustavo me hace un tour por su casa.

 

Su casa es un espacio reducido en el mismo potrero. Hecho a partir de ladrillos, cemento, unos palos de madera y plástico de color verde. En su interior se encontraban unos baldes con concentrado para perro que al parecer le habían regalado otras personas. Tenía el piso lleno de cobijas que compartía con sus perros, era la cama de todos. En el fondo se encontraba una mesa de madera en la que se tenía una veladora y un radio de pilas al lado una silla blanca de plástico y una bolsa llena de basura que apestaba un poco el ambiente con su aroma nauseabundo.

 

Me encuentro con Gustavo en el Eje Ambiental alrededor de las 10 de la mañana. Este sujeto me recibe en compañía de sus escoltas, una manada de perros que en total son once. Nos dirigimos hacia la puerta color rojo que queda en la entrada de la Olímpica de la Calle 19. En el camino, Gustavo se presentó e indagó sobre mis intenciones y mi curiosidad sobre él, a lo que respondí que tenía muchas ganas por saber cómo hacía él para mantener a sus once perros y poder sobrevivir al mismo tiempo. Antes de que Gustavo emitiera alguna respuesta que me permitiera saciar mi curiosidad, me dijo que no le gustaba que le hicieran preguntas, porque ello le podría traer algún tipo de problema y le podían quitar a sus perros. Sin embargo, en ese momento mientras Gustavo se ubicaba en la entrada de la Olímpica con sus perros, yo me dirigí al supermercado y compré una bolsa de concentrado para perro, la cual procedí a entregarle.

 

Me siento en el frio al lado de Gustavo y me presenta a sus once perros. La mayoría celebridades. Shakira, Juanes, Pedro, Copito, Marilyn, Scooby, Simón, Rafael, Luisa, Leopoldo y Falcao. Antes de comenzar a charlar sobre sus perros, le grita a unos sujetos que tiraron un vaso en la calle: Malparidos, hijueputas, por qué no son capaces de botar la basura en la caneca. En Medellín esto nunca hubiera pasado, allá la gente si es respetuosa y no hace este tipo de cosas. Vea, dejaron el vaso y se fueron.

 

Gustavo empieza a contarme sobre el comienzo de todo. De sus 72 años, ha vivido en Bogotá desde que tiene 23 años. Nació en Medellín pero se vino a la capital debido a que se la pasaba peleando con sus papás. Desde entonces había comenzado a consumir drogas y a robar para poder comprarlas. Al llegar a Bogotá siguió haciendo lo mismo, ya que no encontró ningún lugar donde le dieran trabajo, por lo que terminó viviendo en “la calle del Cartucho”. Allí empezó a realizar labores de reciclaje para poder conseguir droga. Así, mientras estaba recolectando basura por Bogotá, se encontró a un perro lastimado al que adoptó y alimentó de su propia comida, la cual conseguía pidiendo a las afueras de los restaurantes.

 

Mientras charlamos, una señora a la que parece conocer. Se para justo al frente de nosotros y lo saluda. En ese momento ella estira su mano y le regala veinte mil pesos a Gustavo. Él sonríe con su caja de dientes bailable, -muchas gracias madre, que Dios le pague- responde él y prosigue con su relato.

 

Gustavo había tenido alrededor de treinta y seis perros en toda su vida, los cuales había conseguido en la calle mientras realizaba su trabajo. Él se encargaba de recogerlos, cuidarlos y alimentarlos. Mientras me comenta sobre los perros, me muestra las heridas que tiene en su mano derecha, producto de diferentes mordiscos que le ha dejado su actividad recolectora. Luego de esto, Gustavo vuelve a quejarse del estado de la ciudad. Recuerda con nostalgia a Medellín diciendo que si tuviera la posibilidad de volver y tener una vida digna lo haría sin pensarlo. Me comenta que siente un cariño muy especial por Bogotá pero que no le gusta la gente que habita la ciudad. También que ha tenido que pasar diversas dificultades con sus perros, ya que muchas veces la policía ha tratado de quitárselos mientras se encuentra con ellos en la calle, argumentando maltrato a los mismos, por lo que sólo le quedan once perros, y por lo mismo es que no le gusta que le pregunten cosas, ya que eso puede hacer que le terminen de quitar a sus mascotas.

 

Luego de recibir una bandeja de arroz con frijoles por parte de un sujeto a quien parece conocer, Gustavo se levanta del piso al terminar de comer. –Bueno, creo que ya ha sido suficiente por hoy, ya me hice lo de mi diario, así que es hora de partir pa’ la casa- me dice él.  Yo me voy con él y en el camino paramos en una panadería para pedir algo de comida para sus perros, no sin antes guardar el concentrado que yo le había regalado dentro de un balde que tenía consigo. Sin embargo, a pesar de la gran curiosidad que genera Gustavo y sus perros, no le dieron algún tipo de ayuda en la panadería, por lo que fuimos a otra que se encontraba camino al lote en el que vive en el barrio Egipto.

 

Camino a su casa, Gustavo me pregunta sobre mi nivel de fe, diciéndome: “¿usted cree en el de arriba? Porque las personas que quieren a los perros son personas que creen en Dios”. Para él, los animales son su Dios y su motivación para seguir adelante. Me dice que gracias a los perros es que puede mantenerse. Ya que antes de tenerlos, la gente no le prestaba atención y siempre lo trataban mal; le daban la espalda y lo echaban de los lugares a los que iba a pedir ayuda. No obstante, a pesar de los maltratos que muchas veces reciben sus perros por parte de personas insensibles, el tenerlos ha generado que algunas personas que pasan por la Calle 19, le regalen cosas así puede mantener a sus perros y a sí mismo. Riéndose me dice que es su salario. La gente le regala dinero y comida, por lo que el pedir en lugares lo hace como un simple trámite, ya que si busca ayuda en estos lugares, por lo general se la niegan y el tener tantos perros le dificulta que lo dejen entrar a diferentes sitios.

 

Yo algunas veces me siento mal porque los perros me generan una cuota mínima de ganancia a partir del pesar que generan” dice Gustavo, pero eso hace que los siga manteniendo con él, ya que sin ellos tendría que volver a someterse a las pesadas jornadas de trabajo y la vida dura que tenía cuando sólo se dedicaba a reciclar. Sin embargo, me dice que no se arrepiente porque está haciendo algo positivo al ayudar a estos animales, que lo acompañan en su enorme soledad, y que de paso le brindan su sustento diario. En el camino a su casa, Gustavo critica las cosas que hay a su alrededor, principalmente presenta malestar con respecto a la cantidad de basura que hay en la calle. “Vea todo esto, el gobierno no hace una mierda y todo está sucio, así es difícil vivir, con personas que no valoran lo que tienen, yo pobre y valoro más la ciudad que todos ustedes y eso que no soy de aquí”.

 

Luego de mostrarme su casa, Gustavo, que se encontraba un poco sentimental. Me dice que espera que no revele su ubicación, ya que ha perdido a muchos perros en su vida y que no soportaría perder más. También me dice que quisiera cambiar su vida y que se arrepiente de haber abandonado su casa. Sin embargo, está cansado de que la gente le diera la espalda así como a Bogotá. “Si no fuera por mis perros estaría muerto”,  me dice; ya que la gente no quiso ayudarlo durante muchos años de su vida. Además le dieron la espalda por su aspecto cuando quiso salir de las drogas.

 

Bueno, ya me dio sueño y estoy cansado, espero no me vaya a sapear con la gente o sino me llega la tomba a mi cambuche y me los quita de nuevo” dice Gustavo, echándome con disimulo.  Me saca como un “pordiosero” literal, así como la gente lo hacía con él antes de tener a sus perros. Me echa con algo de angustia por haberme mostrado su humilde morada, su escondite de aquellos que pudiesen quitarle sus amados perros, su seguro de vida. No sin antes decirme que lo vaya a visitar de vez en cuando a su oficina, la puerta de entrada al Olímpica de la 19. “Si se quiere pasar con otra bolsita de esas, ya sabe dónde encontrarme, ahí estoy casi todos los días, pásese otro día y me hace la conversa otro rato”.

 

 

El lord de los perros

Alejandro Gaitán

Gustavo, un habitante de la calle, lleva 51 años de su vida recorriendo las calles capitalinas en compañía de sus fieles escuderos, los once perros que lo han escoltado en diferentes momentos. Más allá de la compañía, los perros se han convertido en el seguro de vida de Gustavo, su talismán de la suerte para que pueda vivir y superar las adversidades que alguna vez tuvo, y que lo hicieron salir por la puerta trasera, la puerta de la derrota

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