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“El feminismo radical castra a la mujer en lo más esencial: su feminidad” 

 

En Agosto de este año, la periodista española Sara Gallardo expuso en su cuenta de Twitter una situación, en su opinión machista, de la que había sido “víctima”. Así, publicó bajo el hashtag  #MachismoPúblico lo siguiente: “He ido a la biblioteca a estudiar como todas las mañanas y el chico de enfrente me ha dicho que si quería tomar un café”. Táchenme de antifeminista y retrograda, pero no entiendo el agravio.

 

Claro que concuerdo con Emma Watson y sus ideales de un mundo en el que se nos pague igual que a los hombres, se nos permita decidir sobre nuestro propio cuerpo y se nos incluya y tenga en cuenta en las decisiones políticas y estatales. Lo que no me cuadra son las Saras Gallardo del planeta, que con una falsa concepción del término “feminismo”, se declaran abiertamente antihombres, antifemeninas, antimaternas y antirománticas. Pegan un grito al cielo frente a cualquier acto de cortesía proveniente del sexo opuesto y se acuartelan para cuestionar la inteligencia de aquella que sí se lava el pelo y no sale de su casa con la cara juagada y sin ojear espejo.

 

Hoy pienso que las feministas engañadas libran una batalla interminable por el aliciente equivocado. No se trata de arrancar la esencia femenina de nuestros cuerpos para asemejar lo más posible al hombre. Se trata, por el contrario, de conservar esta naturaleza y en cambio ambicionar por algo más valioso: nuestra total humanización social.

 

No creo ser una “Mujer-objeto” por el simple hecho de preocuparme por mi imagen o usar cierto tipo de prendas. Así no hubiera un solo hombre en el planeta, seguiría gastando todos y cada uno de mis centavos en ropa, haciéndome la keratina trimestralmente para domar el frizz de mi cabeza y amando locamente los escotes y las faldas. Tampoco considero ser, o haber sido, esclava de alguien, menos de un hombre. Todo lo que he hecho por complacer y darle gusto a ese alguien especial, lo he hecho porque  quiero y me nace voluntariamente hacerlo.

 

Me encanta y le doy puntos al hombre que me abre la puerta, me corre la silla y me ofrece su chaqueta si ve que la necesito. Se los quito si medio insinúa que dividamos la cuenta o, peor, que yo invite; o si no hace al menos un comentario de lo linda que estoy, después de haberme matado los poros a punta de polvos y rubor. No me siento menos persona por esto, contrario a lo que una ridícula feminista del tipo Sara Gallardo afirmaría.

 

 

Machista NO, Mujer SÍ

Andrea Achury

No soy machista, pero declararme feminista parece ser algo muy radical por estos días. 

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