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La prostitución se ve a diario en las calles de Bogotá y no solo en la zona de tolerancia. Está presente en zonas residenciales, como en la Calle 100 con 15, que a altas horas de la noche se pasean trans ofreciendo sus servicios. No obstante, el problema no es que se paseen ni que vendan sus servicios. De hecho no hay lío alguno, pues solo en las zonas de tolerancia es en donde se ve y se puede hacer esto.

 

Bueno, hay un decreto que en el 2002 la Alcaldía Mayor de Bogotá legisló y ordena que las actividades de prostitución y negocios conexos a esta actividad, deban ser removidas de las zonas residenciales y educativas. Y esto se decretó porque, qué loco pondría un prostíbulo cerca de una institución educacional, o sea esta actividad a los ojos del Estado y la Iglesia. Es inmoral. Pero desde cuándo el Estado y la Iglesia han estado vinculados con nuestra vida diaria. Desde siempre y al ser la prostitución una de las actividades más antiguas de la humanidad, es claro que poner un prostíbulo al lado de un colegio, es una especie de herejía.

 

Pero realmente sería un loco el que se le ocurriera juntar las actividades educativas con las de la prostitución; porque juntas son diferentes revueltas. Es decir, tratar de acercar estas prácticas no es para que los estudiantes hagan uso de este espacio; más bien es para que sepan y se informen sobre estos quehaceres “tabú”, de prostitución, que tan alejados están de nuestra cotidianidad. Y si les parece también pueden hacer uso de ellas; y me refiero un uso recíproco, o sea de estos dos espacios se puede aprender mutuamente.

 

Esto se debe a que una de las principales causas de la intolerancia hacia las trabajadoras sexuales es la falta de educación. Y que mejor forma de mejorar esta falta de respeto hacia las prostitutas o los maestros, formando a la gente, pero no desde una visión –yo y el otro-, sino bajo una educación con una proyección horizontal y de igualdad. No es un secreto que se ve a las trabajadoras sexuales como simples objetos de consumo y no como seres humanos que tienen un empleo igual de digno como cualquier otro.

 

Una de las iniciativas que ha habido para que la intolerancia reduzca, es el proyecto de la ley 79 de 2013, que estipula que las personas que ejerzan actividades de prostitución deben de tener un trato digno, pues desde que su actividad sea consiente y no afecte a terceros, no es posible discriminar a quienes de forma autónoma y libre eligen esta opción de ejercicio de la sexualidad personal. Por el contrario debe de ser garantizada y reconocida por el ordenamiento jurídico.

 

En vista de esto, vemos que hay un proyecto para asegurar la seguridad de estas trabajadoras. Sin embargo, cuántos saben de la existencia de este proyecto. O es que acaso ese abuso también es ajeno a nuestra cotidianidad. Claro, no todos se pasan sus fines de semana en la zona de tolerancia ni en zonas residenciales donde se presentan estos abusos. No obstante, deberíamos de saber el irrespeto que hay hacia estas actividades. Una forma no solo de evitar tales abusos, sino comenzar a construir una nueva visión hacia las trabajadoras sexuales es dejar de pensar que esas prácticas no deben estar cerca de nosotros. Emplearse como prostituta es igual a emplearse como contador o conserje.

 

O es que acaso nosotros dividimos la ciudad entre sectores laborales, es decir en el norte trabajan los arquitectos, en el oriente las amas de casa y en el centro las prostitutas. No. Entonces porqué debemos de enviar a las prostitutas a una zona de Bogotá, además ponerle a ese lugar un nombre tan irónico como zona de tolerancia. Porque allí es el fruto de la intolerancia.

¡Qué intolerancia!

Paula Cuéllar

La prostitución es una problemática de la vida bogotana, que a pesar de ser conscientes de su existencia, es invisibilizada. Pues siempre ha sido un tema de recriminación, un tema a parte que no entra en discusión; en sí algo tabú.

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