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No siempre se ha hablado de sexo. Mucho menos se está dispuesto a hablar de transgenerismo. El sexo y las identidades de género distanciadas del sexo biológico son temas tabú en las discusiones públicas, en las discusiones de familia. El sexo, el transgenerismo y las diferencias sexuales deben vivirse y pensarse únicamente en la privacidad del cuarto de cada quien. En culturas en las que no acepta los grises, los matices o lo indefinido, los recientes y variados casos de niños transgénero ponen en evidencia la necesidad de hablar de sexo. Los niños transgénero ponen en evidencia las incoherencias e inconsistencias de la concepción social predominante sobre una heterosexualidad normativa y obligatoria.

 

El video hecho por los padres de Ryland Whittington, la niña transgénero de seis años de Estados Unidos, se tomó las redes sociales. Lo expuesto por el video pone sobre la mesa que ser transgénero; no es ser un enfermo ni estarlo. Tan pronto como Ryland supo hablar, empezó a decir: ¡Soy un niño!, cuentan los Whittington en el video. De lo que no se habla cuando se asocia a las personas transgénero con alguna patología es de la edad en la que se desarrolla la identidad de género. Según los expertos, el pleno descubrir de la identidad sexual es aproximadamente desde los dos años y medio hasta los cinco. ¿Qué tipo de perversión puede haber en niños que hasta ahora están comenzando a hablar? ¿En niños que no saben qué es ser homosexual, heterosexual y que ni siquiera tienen definido un objeto de deseo? Ninguna. No hay perversión. Ser transgénero no es estar enfermo, es ser diferente.

 

Los transgénero son aquellas personas que desarrollan una identidad de género contraria a la esperada por su sexo biológico. Según Bernardo Useche, psicólogo, doctor en salud pública e investigador en temas de sexualidad y salud sexual, tales distanciamientos con el sexo biológico son variaciones normales. Es decir, si el transgenerismo aún se considera como patología es por la dificultad de las personas de comprenderlo y aceptarlo. Una dificultad arraigada en esa idea que crítica con fuerza Judith Butler, de que “las identidades de género son inmutables y encuentran su arraigo en la naturaleza, en el cuerpo”.  Una idea que ha obligado a varios a asumir roles masculinos o femeninos que no tienen en cuenta que los genitales no limitan la identidad de género.

 

El 41% de las personas transgénero han intentado suicidarse debido a la falta de aceptación social. Y cómo no, si son personas a las que se les obliga a actuar de cierta manera sin reconocer que su cuerpo no corresponde con la manera en que se sienten. Personas de las que se espera un comportamiento acorde con su cuerpo pero no con su identidad de género. Que el caso de los niños transgénero sea llamativo es algo positivo, es constructivo. Es una oportunidad para reconocer el género como construcción social. Una construcción que reprime, es dicotómica y al limitarnos entre hombre o mujer nos convierte en una sociedad que no da la bienvenida a los grises, que no deja ser. Una cultura en la que algo no cuadra y la diversidad es un discurso. Es hora de replantearse qué es lo que no cuadra, ¿la diversidad en el ser o el discurso sobre cómo ser? Hablar de sexo ayudaría.   

 

 

Algo no cuadra

Luisa Aldana

El sexo, el transgenerismo y las diferencias sexuales deben vivirse y pensarse únicamente en la privacidad del cuarto de cada quien. Los casos de niños transgénero ponen en evidencia algo que no cuadra: ¿la diversidad en el ser o el discurso sobre cómo ser?

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