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Jueves en la tarde, no hay plan. Todo el mundo está trabajando o clavado estudiando para finales, así que hoy la rumba no es una opción. Me aburro y la única alternativa restante para salir de la casa es el almuerzo. ¿Pero a dónde?, esa es la pregunta; sí todos los restaurantes deben estar llenos y la verdad es extenuante tener que pagar 20 o 30 mil pesos por una ensalada insulsa. No sólo el precio es ridículo, sino que me aburre tener que seguir un régimen dictatorial con la comida y no llegar a ningún lado. Tomo una decisión: hoy será una tarde de placer y gula, pero vuelvo al mismo dilema, ¿A dónde carajos puedo ir a comer? Las opciones en Bogotá siguen siendo algo limitadas y la verdad no me produce muchas ganas volver al corral -mi sitio de gordura en la Universidad-.

 

En mi búsqueda, me topo con los “Food Trucks”, o como se les diría en español, los camiones de comida. ¿Pero qué es eso? Gente, esto es la nueva expresión gourmet de un mundo moderno, en el que el tiempo vale oro.

 

Para mayor claridad, les cuento que en Colombia, al igual que en varios países del mundo, se ha venido desarrollando en los últimos años una nueva tendencia gastronómica conocida como “food truck”. Esta modalidad consiste en la venta de todo tipo de comida en locales rodantes, pero a diferencia de otros camiones de comida, en estos se ofrece una variedad de platos gourmet comparables a los expuestos en el menú de los más finos restaurantes.

 

El concepto nació en Estados Unidos a mediados del 2008, cuando un grupo de chefs aprovecho el boom de las redes sociales para dar a conocer esta nueva alternativa de alimentación, con la que se hacía viable consumir platos de calidad y con un giro de sofisticación de manera eficiente, sin comprometer el reducido tiempo de almuerzo que se tiene en días laborales.

 

Gracias a esta iniciativa, en el 2010 y 2011, se empezaron a crear normas que garantizaran un mínimo de estándares de salubridad; al igual que permisos especiales para que este tipo de comerciantes pudieran vender bebidas alcohólicas. Inclusive, esta modalidad ha llegado a afectar tanto a la industria, que revistas dedicadas a este sector han abierto espacios en sus publicaciones exclusivamente dedicados a los “food trucks”. Un ejemplo de lo anterior es la revista Zagat´s.

 

Otra vez, gracias al internet, aprendí que en Colombia ya existe una aplicación para seguir a algunos de los food trucks, que existe una Asociación Colombiana de Food Trucks, la cual se dedica a realizar eventos y ayudar a los nuevos empresarios que desean hacer parte de esta industria. Una vez informado, me aventuro a descubrir y experimentar esta nueva alternativa.

 

Salgo de mi casa y después de caminar unas cuantas cuadras llego al “Frank Food Truck”, ubicado en la calle 81 # 12 – 70. Me acerco tímidamente, cuestionando la higiene del lugar y el estado de la comida que aquí se prepara. A primera vista, todo parece estar muy limpio y ordenado, pero la verdad no deja de preocuparme mi salud.  El camión es grande, tiene franjas azules y rojas pintadas de extremo a extremo en el centro, y varios letreros colgados exponiendo el menú. Le da un toque chic al vehículo, un tablero de tiza al estilo de cafetería francesa. De este modo, se combina en el camión un ambiente moderno y pulcro, con un twist americano que da la sensación de los años setentas.

 

El menú, a simple vista, parece sencillo y sin sorpresas. Se ofrece una variedad de perros calientes, sánduches y  hamburguesas. Sin embargo, los ingredientes implementados en la producción son de altísima calidad, como en el caso de las carnes, que son compradas en Kohler, la carnicería de los pinchados en Bogotá.

 

Me decido por una hamburguesa simple, con lechuga, tomate y queso. Pido para acompañarla una Coca-Cola. Una vez lista mi orden, una mujer me grita “chico”, dándome la señal de que ya puedo acercarme a la ventanilla para recibir mi pedido.  No puedo con el hambre, pero antes de empezar a comer aprovecho para interrogar a esta señora. Le pregunto por el tiempo que llevan con el negocio y por la frecuencia con que se trasladan de lugar.  Me contesta que llevan con el camión aproximadamente unas tres semanas. Que su zona de parqueo siempre es esa y que sólo se han movido para un evento en el Colegio Anglo Colombiano.  Todo suena muy interesante, pero el hambre me gana y me voy a sentar en el andén a comer.

 

Tal vez, muchos de los que lean esto sean grandes conocedores de culinaria, que se deleitan con los mejores platos de grandes restaurantes como Arzak en España, Narisawa en Japón,   Astrid y Gastón en Perú y porque no, Criterión en Colombia.  Pero yo, aunque me encantaría, no sé nada de cocciones y sabores elegantes. La verdad, prefiero comer un perro caliente que un Cock au Vin, por más refinado que suene este segundo plato. Así que he de confesar que, con mi gusto sencillo, le doy cinco estrellas a la hamburguesa de Frank.  

 

Una vez almorzado, decido ir por el postre. Bajo media cuadra a un parqueadero pegado al Centro Comercial Atlantis, donde hay una agrupación de camiones de comida que están ahí de forma permanente, de acuerdo a lo que pude averiguar en la red.

 

Entro a este sitio y veo mesas y camiones, cada uno con su propio estilo. Observo con atención las diferentes opciones que se ofrecen en el lugar. Hay desde comida típica, choripán o perro caliente hasta repostería. Opto por comprar en un camión pequeño que ofrece, además de comida salada, postres. Me acerco y mientras una pareja ordena lo que va a comer, hago preguntas. Así, me entero que este parqueadero de food trucks lleva abierto desde hace un buen rato -un año y pucho-, que llega más gente a consumir comida por la noche, especialmente los jueves viernes y sábados -asumo que estos clientes son en su mayoría los rumberos que quieren mitigar con anticipación el efecto del licor-. Además me cuentan que no necesitan permisos especiales para cocinar en esos camiones, porque se trata de un espacio privado donde siempre están parqueados. Por último, se me invita a un evento de Halloween, en el que se reunirán varios food trucks de parqueaderos vecinos para compartir un espacio gourmet con buena música y dulces. Tal vez vaya por los dulces.

 

Llego a la ventanilla y pido un waffle en pincho, acompañado de frutas y recubierto en chocolate.   Me lo entregan y corro a sentarme cómodamente en una banca cercana. Pruebo el manjar, que  aunque no sabe precisamente a waffle, tiene un buen gusto para el paladar. Termino y me voy otra vez a mi casa, satisfecho con la experiencia. En total me gaste unos 20 mil pesos, lo cual no es muy distante a lo que invierto en la ensalada de restaurante. Concluyo entonces que estos camiones estáticos no son la solución a mis problemas financieros de fin de mes; aunque si son una buena alternativa para cambiar la monotonía de los restaurantes tradicionales y aburridos de Bogotá.  Creo que esta opción es de las mejores cuando uno sale de una fiesta algo mareado y necesita alguito de comer que lo ayude a caminar en línea recta.

 

¡A comer en la calle!

Andrés Umaña

En Bogotá, las alternativas son limitadas y monótonas a la hora de comer. Esto ha venido cambiando recientemente gracias a la llegada de innovadoras opciones, como los food trucks. Desde crepes hasta comida gourmet hacen parte de esta carta, que busca deleitar el paladar de los transeúntes de la ciudad.

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